El deporte, sea aficionado o profesional, debe estar asociado indisolublemente al juego limpio, a la honestidad, al respeto escrupuloso del espíritu y la vergüenza deportiva. No puede ser de otra manera, puesto que el deporte y los deportistas ejercen una influencia notable sobre la sociedad y, ante todo, sobre los niños y jóvenes que tienden a copiar sus ejemplos, buenos o malos.
El deporte como la educación formal también es formador de la personalidad del individuo y, por lo tanto, es parte de la cultura de la sociedad. De manera que a los jóvenes en particular y a la comunidad en general, se les debe enseñar con el buen ejemplo que no es meritorio, sino más bien vergonzoso, acoger y poner en práctica el corrupto criterio de que el resultado o triunfo vale más que el juego limpio. Por el contrario, a los niños y jóvenes hay que educarlos en el principio de que el esfuerzo sano tiene que estar siempre por encima de cualquier tentación de hacer trampa y actuar con deslealtad.
Ahora bien, el castigo, para ser correctivo y ejemplar debe ser consecuencia de un juicio justo y de la comprobación de la culpabilidad de los acusados. Sin embargo, en este caso los acusados y sentenciados reclaman que no se les ha probado absolutamente nada y más bien alegan ser víctimas de una conspiración. Y tampoco los periodistas de la crónica deportiva han podido ver y examinar las pruebas en que se basaron los directivos de la liga para condenar a los acusados.
Es cierto que los acusados de cometer cualquier clase de delitos o faltas casi siempre alegan ser inocentes y que no hay pruebas en su contra. Por ejemplo, los defensores de Arnoldo Alemán siguen reclamando que no se han comprobado los delitos de corrupción por los que fue acusado y condenado, a pesar de que en el juzgado correspondiente hay una montaña de documentos probatorios, tantos, que para revisarlos haría falta por lo menos un mes de trabajo a tiempo completo.
Pero en el caso de la condena a los acusados en el escándalo del beisbol profesional nadie ha visto las pruebas, y mientras no sean presentadas los sentenciados tienen derecho a seguir alegando su inocencia y a recurrir en busca de justicia hasta en la jurisdicción civil del Estado. Por su parte la sociedad seguirá con la duda de que si hubo una sentencia justa o un ajuste de cuentas y, por lo tanto, otro acto de corrupción.
Por su propia credibilidad los directivos del beisbol profesional deberían hacer públicas las pruebas que dicen tener. No se trata defender ni acusar a nadie, sino de que, por el bien del deporte nacional que es lo mismo que decir por el interés de la sociedad, de la juventud y del futuro
El deporte como la educación formal también es formador de la personalidad del individuo y, por lo tanto, es parte de la cultura de la sociedad. De manera que a los jóvenes en particular y a la comunidad en general, se les debe enseñar con el buen ejemplo que no es meritorio, sino más bien vergonzoso, acoger y poner en práctica el corrupto criterio de que el resultado o triunfo vale más que el juego limpio. Por el contrario, a los niños y jóvenes hay que educarlos en el principio de que el esfuerzo sano tiene que estar siempre por encima de cualquier tentación de hacer trampa y actuar con deslealtad.
Ahora bien, el castigo, para ser correctivo y ejemplar debe ser consecuencia de un juicio justo y de la comprobación de la culpabilidad de los acusados. Sin embargo, en este caso los acusados y sentenciados reclaman que no se les ha probado absolutamente nada y más bien alegan ser víctimas de una conspiración. Y tampoco los periodistas de la crónica deportiva han podido ver y examinar las pruebas en que se basaron los directivos de la liga para condenar a los acusados.
Es cierto que los acusados de cometer cualquier clase de delitos o faltas casi siempre alegan ser inocentes y que no hay pruebas en su contra. Por ejemplo, los defensores de Arnoldo Alemán siguen reclamando que no se han comprobado los delitos de corrupción por los que fue acusado y condenado, a pesar de que en el juzgado correspondiente hay una montaña de documentos probatorios, tantos, que para revisarlos haría falta por lo menos un mes de trabajo a tiempo completo.
Pero en el caso de la condena a los acusados en el escándalo del beisbol profesional nadie ha visto las pruebas, y mientras no sean presentadas los sentenciados tienen derecho a seguir alegando su inocencia y a recurrir en busca de justicia hasta en la jurisdicción civil del Estado. Por su parte la sociedad seguirá con la duda de que si hubo una sentencia justa o un ajuste de cuentas y, por lo tanto, otro acto de corrupción.
Por su propia credibilidad los directivos del beisbol profesional deberían hacer públicas las pruebas que dicen tener. No se trata defender ni acusar a nadie, sino de que, por el bien del deporte nacional que es lo mismo que decir por el interés de la sociedad, de la juventud y del futuro
No hay comentarios:
Publicar un comentario