En los organismos modificados genéticamente (OMG) o transgénicos el material genético (ADN) ha sido alterado de manera artificial mediante técnicas que permiten transferir genes seleccionados de un organismo a otro, incluso entre especies no relacionadas. Se trata de “cortar y pegar” genes creando nuevas variedades en las que se recombina artificialmente material genético que nunca se juntaría de manera natural. Gracias a la biotecnología se puede transferir un gen de un organismo a otro para dotarle de alguna cualidad especial de la que carece. De este modo, las plantas transgénicas pueden resistir plagas, aguantar mejor las sequías, o resistir mejor algunos herbicidas. Por lo tanto, esto significa para los productores, ahorro de recursos económicos, ya que se dejan de preocupar por perder sus cultivos en alguna sequia o plaga durante alguna temporada del año, aunque esto produzca algún daño al consumidor.
Actualmente, los cultivos de transgénicos se concentran en soya (60% del total de este tipo de cultivos), maíz (23%) algodón (11%) y colza (6%). De ellos, un porcentaje muy elevado se utiliza para la alimentación animal.
La contaminación genética, ¿beneficiosa?
Los resultados de numerosas investigaciones llevadas a cabo en los últimos años han estado advirtiendo de un fenómeno denominado "contaminación genética" por el que los transgenes pasan a formar parte de plantas y alimentos no transgénicos. La contaminación genética es una grave agresión para el medio ambiente y la salud de las personas, y las causas que pueden ocasionarla son varias. De especial preocupación resulta cuando los genes contaminantes acaban en nuestros alimentos y son consumidos sin darnos cuenta. No hay que ser un experto en la materia para deducir que las experimentaciones a pequeña escala en parcelas reducidas pueden significar focos de contaminación y filtración.
Se filtran estos productos en el mercado porque no se separan las variedades transgénicas de las naturales, sino que se suministran mezcladas. En los lugares de acopio, cosechas transgénicas y no transgénicas son mezcladas para facilitar la venta e intromisión de las transgénicas. Estas variedades transgénicas, camufladas entre variedades no transgénicas, pueden eludir más fácilmente los escasos y mediocres controles y entrar en países donde pueden estar prohibidas.
El mayor riesgo de filtración genética procede de la excesiva tolerancia en las legislaciones hacia los cultivos transgénicos, que permiten el cultivo y el procesamiento de variedades que están prohibidas en muchos países del mundo. Pero, al final, los productos transgénicos se acaban introduciendo en muchos países debido a la falta de un etiquetado, ausencia de controles seguros, permisividad de una clase política corrupta y a causa de las presiones y chantajes comerciales a través de la OMC, FMI, ajustes estructurales, etc.
Los casos conocidos de filtración y contaminación genética fueron descubiertos por organizaciones ambientalistas y de consumidores. Todas ellas son ONGs con escasos recursos económicos, técnicos y humanos. Por lo tanto, si se investigaran con mayores recursos los alimentos que consumimos los casos de filtración genética se desbordarían.
La filtración genética ya es un hecho y una realidad. Hoy en día existen una gran cantidad y variedad de genes transgénicos, y muy diversas formas de filtración y contaminación genética. Éstas son muy difíciles de descubrir y parece casi imposible de eliminar. Es más, ocurre todo lo contrario, pues se extienden sin límites. A las peligrosas e inadmisibles consecuencias ambientales que conllevan los productos transgénicos hay que añadir, ahora, el grave peligro que surge de la filtración en la dieta humana de la contaminación genética.
¿Cómo evitar consumir alimentos transgénicos?
La primera recomendación para no comer transgénicos es elegir alimentos frescos y naturales y evitar los alimentos industrializados que pueden contener ingredientes transgénicos. Esta sencilla acción puede garantizar una alimentación libre de transgénicos y saludable, al evitar también los azúcares, grasas parcialmente hidrogenadas (trans), aditivos, colorantes y conservadores que contienen los alimentos industrializados.
El gobierno mexicano, a través de la Comisión Nacional para la Protección de Riesgos Sanitarios (Cofepris), ha autorizado 77 productos transgénicos para el consumo humano: variedades modificadas de jitomate, algodón, soya, canola, maíz, alfalfa, arroz, papa y azúcar. Al dar estos permisos, las autoridades están ignorando el principio precautorio, que obliga a detener la comercialización de productos potencialmente nocivos, hasta que se haya demostrado plenamente su inocuidad, es decir, que no causan daño.
En el caso de los transgénicos, no hay pruebas de su inocuidad. Estos ingredientes entran en nuestras dietas sin control alguno y sin nuestro consentimiento expreso, a pesar de que no se han hecho los estudios necesarios para garantizar científicamente que su consumo no tendrá efectos nocivos a mediano y largo plazos.
Las empresas que buscan vender los alimentos transgénicos argumentan que no hay datos para confirmar daños en la salud, pero la verdad es que tampoco existen datos científicos que garanticen que no los habrá. La ausencia de datos no significa ausencia de riesgos.
Greenpeace creo “a Guia verde”, con productos que ellos avalan como libres de transgénicos.
Ver aqi
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